El Desierto de Atacama es el desierto más árido y seco del mundo, se han registrado períodos de hasta 400 años sin lluvias en su sector central, y se extiende en el norte de Chile, entre el río Copiapó y el río Loa. Se sitúa, al norte del país, en la Región de Antofagasta y al norte de la Región de Atacama y está situado sobre el Trópico de Capricornio, igual que el Desierto del Kalahari o que el Gran Desierto de Australia.
En las noches la temperatura influye mucho, puede bajar hasta 0°, mientras que en el día la temperatura se puede situar entre 25° y 30°. No hay mucha diferencia entre el verano y el invierno, porque esta situado al limite del Trópico de Capricornio.
El desierto de Atacama es rico en minerales como cobre y también hierro. También es de destacar el inmenso salar de Atacama.
El viaje comienza en “San Pedro de Atacama”, un pueblo eminentemente turístico, que recuerda mucho por su arquitectura a los pueblos del desierto marroquí, con casas de adobe y calles de tierra polvorientas. Desde San Pedro, tras cruzar una zona minada, pero muy bien delimitada (restos de la protección fronteriza de Chile frente a sus vecinos) nos dirigimos al Sur pasando por el Valle de la Luna, una interesante zona geológica que incluye dunas, montañas y cuevas, gestionada por los pobladores autóctonos, que cobran por la visita. En los primeros paseos por la zona, nos dimos cuenta de que estábamos a más de 2.500 metros de altitud, y a nuestro cuerpo le costaba hacer cualquier esfuerzo.
La primera pista que tomamos, transcurría de norte a sur bordeando el oeste del Salar de Atacama, solitaria y rodeada de unas vistas impresionantes, de llanuras, montañas e impresionantes volcanes de más de 5.000 metros. Al llegar a la carretera, tomamos dirección este, hacia el Salar, y pasamos por la industria de extracción de sal del “El Litio”, donde nos quedamos impresionados por las grandes montañas de sal.
La ruta continuó por el este, pasando por el pequeño y aislado pueblo de Peine, y desde allí hacia el norte hacia Talabre, desde donde partía una diminuta pista que nos llevó directamente al yacimiento arqueológico de “Quebrada Kezala”, donde pudimos admirar unos sorprendentes grabados en la roca, correspondientes a escenas de caza y animales típicos de la zona, como las vicuñas, guanacos y llamas. Desde este punto, volvimos al Valle de La Luna, a admirar la puesta de Sol sobre la Gran Duna.
Al día siguiente, nuestro destino era la Reserva Nacional de los Flamencos, tomando la carretera que ascendía, bordeando el volcán Licancabur, hasta casi 5.000 metros de altitud, al altiplano andino, pasando junto a las fronteras de Bolivia y Argentina. La vistas eran impresionantes, y la sensación provocada por la extrema altitud la íbamos asumiendo poco a poco. En esta zona vimos unas impresionantes y fértiles lagunas pobladas por mamíferos y aves, pero que durante la noche, las temperaturas bajo cero congelaban por completo. Por esta ruta llegamos hasta los “Moais de Tara”, unos curiosos monolitos naturales en medio del desierto. A la vuelta, tomamos una pista que salía tras el volcán Licancabur para intentar pasar a Bolivia, a ver la “Laguna Verde”, pero el “aduanero”, no nos permitió el paso y nos dijo que necesitábamos un visado y el sello de la aduana de San Pedro, así que nos dimos la vuelta.
Nuestra siguiente etapa se dirigía hacia el norte, con destino a los geiseres del Tatio (los más altos del mundo), una etapa por pista muy larga, que requirió salir de San Pedro a las 5:30 de la mañana, para poder estar en el Tatio al amanecer, cuando mejor se contemplan los geiseres. La pista hasta el Tatio era complicada en algunos tramos, con muchísimo “tole ondulé”, lo que nos obligaba a pasar esas zonas a una velocidad los suficientemente alta como para sentir menos las vibraciones, pero peligrosa en caso de tener que frenar o corregir la dirección. La pista ascendía entre las montañas, y fuera la temperatura iba bajando cada vez más, hasta que llegamos al Tatio, donde seguramente no había más de 5 o 6 grados bajo cero. La vista era impresionante, con las grandes fumarolas, así que aparcamos el coche, nos pusimos jerseys, abrigos y gorros de lana, pagamos la entrada al parque y estuvimos paseando un buen rato, hasta que comenzaron a llegar los turistas de las excursiones organizadas.
Desde este punto, pretendíamos ir hacia el oeste, a Calama, bordeando por el norte, pero el guarda del Parque nos recomendó que no tomásemos esa pista porque estaba muy rota y con fuertes inclinaciones laterales. La desconfianza hacia nuestro vehículo y que íbamos sólo con un coche, nos hizo cambiar de idea, así que tomamos otro desvío que estaba un poco más al sur, y que transcurría entre suaves lomas, con una vistas impresionantes, y en la más absoluta soledad. Desde aquí, bajamos a un gran valle, y decidimos desviarnos al este para visitar el remoto pueblo de Toconao. La pista era fácil y rápida, así que en poco menos de tres horas llegamos a ese poblado, situado en el borde de un caño, y rodeado de impresionantes cactus que nos daban la impresión de estar en el desierto mexicano. Ante la escasez de habitantes y la falta de sociabilidad de los pocos que encontramos, decidimos darnos la vuelta y tomar ya la pista lo más directa posible hasta Calama.
Cerca de Calama, la pista se transformó en carretera, pero la conducción no se hizo más fácil, ya que teníamos que sortear cada dos por tres, pedruscos de mineral de cobre, de todos lo tamaños, que salpicaban la carretera, y que bastantes kilómetros más adelante nos dimos cuenta de que los iba perdiendo un camión de la mina. Seguimos nuestra ruta, bordeando Calama en dirección norte hacia Chuquicamata, un inmenso poblado minero situado al pie de la mayor mina a cielo abierto del mundo (900 metros de profundidad), donde se produce la mitad de la extracción mundial de cobre (500.000 toneladas diarias de mineral). Casi por casualidad, pues quedaban dos plazas libres, pudimos visitar la mina, y nos contaron como era el proceso de extracción y depuración del cobre.
En breve, Chuquicamata, con 100 años de historia, dejará de existir, y será cubierta por los restos producidos por la mina, así que están trasladando a miles de familias a una nueva “ciudad” a las afueras de Calama.