Después del último viaje a Marruecos, tras el que muchos nos habíamos quedado con ganas de dunas, esta vez decidimos dirigir nuestros pasos a Túnez, un destino poco frecuente debido a la distancia y coste del transporte hasta allí, pero que siempre tenemos presente por ser una extraordinaria alternativa a Marruecos, especialmente en lo que se refiere a la abundancia del desierto de arena y la ausencia de cuatreros.
En esta ocasión seríamos 4 coches los que emprenderíamos la aventura: David y Ainhoa con su hijo Álex y su amiga Bea, José Luis y Unai, Tomás y por último Santiago y Antonio (Pato Azul). Todos estábamos ya listos para para partir cuando, el día anterior a la salida, Tomás tuvo la mala pata de lesionarse y lamentablemente tuvo que cancelar el viaje.
Echando en falta a Tomás, partimos los tres coches el viernes 28 de noviembre, con destino a la lejana Marsella. En el destino, la aventura dio comienzo cuando nos dimos cuenta de que el aparcamiento del hotel no daba la altura para nuestros coches con la baca. Eso nos obligó a peregrinar, ya avanzada la noche, por casi todos los parkings de la ciudad, hasta encontrar uno de suficiente «calado» (junto al hotel Golden Tulip).
Por la mañana temprano decidimos dar una vuelta por el centro de la ciudad, que nos sorprendió muy gratamente, tanto en lo relativo al centro histórico como a la completa renovación de los edificios adyacentes al puerto, que han convertido Marsella en una ciudad atractiva y agradable (al menos en esta zona).
El siguiente capítulo de esta pre-aventura fue encontrar la puerta de acceso al embarque, una tarea que, ante la falta de información de la naviera, nos llevó a dar vueltas por las diferentes vías de acceso al puerto. En una de estas, siguiendo las indicaciones de los carteles, nos encontramos con un par de moteros franceses que estaban igual de perdidos que nosotros y que, aunque todavía no los sabíamos, serían también compañeros de nuestro viaje. Finalmente, y gracias a las indicaciones de un empleado del puerto, dimos con el acceso «secreto» al embarque, que fue más o menos rápido.
El ferry salió puntual como la antigua Renfe y el trayecto no se nos hizo muy largo, pues teníamos la ilusión de quien comienza el viaje. En el barco, en el que apenas había aficionados al 4×4, nos volvimos a encontrar con los moteros, que, al parecer, eran bastante novatos en el desierto y no tenían muy definido su recorrido.
El ferry llegó a La Goulette una hora antes de lo previsto y los trámites de entrada duraron menos de una hora, por lo que el comienzo ya fue muy prometedor en cuanto al futuro desarrollo del viaje. Llenamos los depósitos (a 2,20 DT el litro de gasoil «bueno») y tomamos la autopista dirección Gabes, al Hotel Chems, donde nos esperaban ansiosos para darnos la cena, pues llegamos ya cerca de las 9 de la noche.
Con lo que sería la tónica general del resto del viaje, madrugamos y estábamos ya en ruta a las 8:30, dirigiendo nuestras máquinas a Matmata. Este destino, famoso por sus casas «trogoloditas» excavadas en el suelo, adquirió aún más fama desde que George Lucas seleccionó una de estas viviendas (actual Hotel Sidi Idriss) para localizar la casa de los tíos de Luke Skywalker. Después de la correspondiente visita a tan emblemático lugar, uno de tantos de Túnez en los que se rodaron escenas de la saga, seguimos con rapidez por carretera hacia Ksar Ghillane, pues habíamos quedado allí a las 11:30 con nuestro guía.
Increíblemente llegamos puntuales al oasis y, no menos sorprendente, allí estaban nuestros guías Omar y Osama en su pickup Toyota V6 esperándonos (Habib KTM no pudo acompañarnos esta vez pues estaba con gripe). Partimos los 3 coches tras las huellas del Toyota de Omar, que comenzó rumbo NO, como si pretendiera llevarnos a Douz. Al cabo de un rato, ya un poco nerviosos porque no estaba siguiendo la ruta prevista, descubrimos que su objetivo era llevarnos a comer a un «café» del camino (que seguramente los comisionaba) y desde ahí, por fin, enfiló rumbo sur hasta El Mida.
Ya metidos en arena llegamos a El Mida y avanzamos bastantes kilómetros rumbo a Erreched hasta que, al caer el sol, optamos por acampar en un lugar apartado de otro grupo de cuatreros italianos. Ya establecido el campamento, pudimos disfrutar de la panceta, el chorizo y el secreto; una deliciosa barbacoa en la que echamos mucho de menos a nuestro compañero Tomás, que nos seguía atentamente desde su convalecencia.
A la mañana siguiente, tras un tramo de dunas en el que David se quedó atascado hasta que un amable italiano le ayudó a salir (pues a nosotros nos habría resultado muy complicado subir la última duna para llegar hasta él), llegamos al oasis de Erreched, que parecía un complejo turístico de 4×4, pues había decenas de todoterrenos (principalmente italianos), cafés y hasta tiendas de souvenirs. Después de aprovechar la parada para un aperitivo, retomamos la ruta dirección norte hacia Tembaine.
Poco a poco, el recorrido se fue complicando, ascendiendo cada vez más dunas que formaban altos cordones, para finalmente bajar por laderas muy pronunciadas. En uno de estos descensos, David, que iba el último, se enfrentó a la pendiente demasiado cruzado y cuando se quiso dar cuenta, el coche se atravesó con una peligrosa inclinación lateral, a más de 40 metros de altura, con la rueda trasera derecha en el aire y con el conductor sin aire. Desde la base de la duna observamos preocupados la escena, mientras Omar y Osama gateaban pendiente arriba con una pala. Tras liberar de arena las ruedas, poco a poco David consiguió enderezar el coche y bajar la pendiente, para que el resto pudiéramos, por fin, respirar.
La ruta continuó dirección N, hasta que llegamos a Tembaine, bordeando el «Camp Mars», para acabar en el café/albergue/chamizo donde tras una breve negociación nos aceptaron 10€ por persona con el desayuno incluido. Para cenar preparamos una nueva parrillada de carne, en la que dimos buena cuenta de los entrecotes, la panceta, y el secreto. Mientras disfrutábamos de la cena vimos una familia de ratones que corrían por la sala dormitorio, lo que llevó a algunos y algunas a optar por montar allí dentro sus tiendas de campaña, mientras que los más aguerridos aventureros preferimos dormir sobre las alfombras del suelo, aun a riesgo de ser devorados por las salvajes alimañas.
Comenzó un nuevo día y nos despedimos de Tembaine después de admirar un extraordinario amanecer en el desierto. Seguimos por dunas y ríos de arena hasta llegar a la entrada del parque Jebil. Desde ahí le indiqué al guía que queríamos ir por la zona oeste, hacia Es Sabria, para pasar por un yacimiento de rosas del desierto que tenía fichado desde hace muchos años. Cuando estábamos cerca nos dirigimos directos al WP y allí encontramos ese montículo plagado de pequeñas rosas, que estuvimos esquilmando durante un buen rato, hasta llenar varias bolsas con rosas de todos los tamaños.
Unos kilómetros más arriba llegamos a la población de Es Sabria, donde nos despedimos de los guías y les pagamos su servicio. Habíamos conseguido atravesar el erg en menos de dos días y cumplir nuestra previsión más optimista, así que nos dirigimos a Douz, para comer en su palmeral y después hacer el checkin en el hotel, donde, destino o casualidad, nos encontramos a los moteros franceses. Esa tarde aprovechamos para visitar la plaza del mercado de Douz, saludar a Amor y comprar dátiles para dar y regalar.
A la mañana siguiente salimos temprano, pero sin prisa, hacia Nefta, acompañados por Alex, uno de los moteros. La mañana comenzó fría y con algo de lluvia, que nos preocupó un poco pues la ruta bordeaba el Chott el Jerid, y podría traernos problemas si las pistas del chott se embarraban. Los primeros tramos eran pista, entre arenosa y pedregosa , que hacía las delicias de Alex el motero, que rápidamente se perdió en el horizonte, mientras nosotros teníamos que ir con más cuidado. A mitad del día, el chott nos sorprendió, con sus pistas más encharcadas que embarradas. Preocupados por la posibilidad de engancharnos, atravesamos el lago «seco» como si nos persiguiera un ejército zombie, rezando por no deslizarnos fuera de la pista pisada, atravesando grandes charcos de escasa adherencia y dudosos resultados, que cegaban nuestro parabrisas durante un rato, sin opción a detenernos. Una verdadera descarga de adrenalina hasta reunirnos junto a un antiguo decorado de Star Wars, donde comentamos la aventura y nos hicimos varias fotos para celebrar la hazaña.
A la hora de la comida llegamos a Nefta, repostamos y nos comimos unos pollos asados en la mesa del maletero, mientras lavábamos el barro de los coches, esperando la respuesta del que nos alquilaba la casa donde nos alojaríamos esa noche. Finalmente pudimos hablar con él y nos dijo que hasta dos horas después no estaría lista la casa, así que optamos por visitar el decorado de Start Wars que teníamos previsto para el día de siguiente. Cuando llegamos, el antiguo decorado, ya absolutamente decadente, se había transformado en un mercadillo para turistas, por lo que no pasamos allí mucho tiempo, y antes de que se ocultara el sol nos dispusimos a atravesar el desierto dirección Argelia, por el puro placer de hacerlo. Este recorrido improvisado resultó muy satisfactorio y nos permitió disfrutar de una espectacular puesta de sol antes de retomar la carretera, ya cerca de la frontera argelina y volver a Nefta.
La casa donde nos alojamos todos juntos era suficientemente cómoda y nos sorprendió la abundante cena que nos trajeron de un restaurante cercano, que se complementó con un no menos abundante desayuno al día siguiente.
Ya era viernes y comenzamos la última etapa offroad del viaje, que nos llevaría desde Nefta hasta Gafsa, muy cerca de la frontera argelina en algunos tramos. Comenzamos muy temprano la etapa, por un recorrido que bordeaba el Chott El Garsa, atravesando y rodeando montículos y formaciones espectaculares, para terminar, como el día anterior, por las pistas embarradas del chott, que nuevamente nos dejaron los coches hechos un asco. Seguimos carretera dirección N para atravesar un pequeña cordillera salpicada de oasis. Visitamos primero el oasis de Tamerza y desde ahí nos dirigimos al de Chebika, en el que nos encontramos un grupo de 4×4 italianos, que habían llegado allí por una pista a través del cañón, algo que envidiamos y tendremos en cuenta para el próximo viaje.
Seguimos por carretera hasta Mides, población fronteriza, que tiene un angosto cañón por el que, sin duda, merecería la pena dar un paseo caminando por el interior de la garganta. Tras comer a los pies de un cuartel que vigila la frontera con Argelia retomamos carretera hasta Redeyef, donde después de atravesar un inmenso vertedero, tomamos la pista Rommel, que nos llevó descendiendo la montaña, con unas vistas espectaculares del desértico valle, hasta que, en la llanura llegamos a una zona salpicada de restos de vehículos militares que, a todas luces, habían sido utilizados como dianas para prácticas de tiro, pues los alrededores estaban llenos de proyectiles y las chapas como coladores.
Como todavía no había anochecido, decidimos contratar la extensión de la etapa, dirigiéndonos a la vía del antiguo tren minero. Al llegar, salimos de los coches con linternas para atravesar el túnel (no sin cierta preocupación por si venía el tren) y, tras cruzar el segundo túnel, nuestra sorpresa fue mayúscula al ver los raíles retorcidos, la vía cortada y restos de un tren minero descarrilado y despeñado por la ladera (a la vuelta descubrimos que hacia menos de un mes del accidente, en el que había habido un muerto y un herido). El sol ya se ocultaba, así que decidimos volver sobre nuestros pasos (ya sin preocupación por ser arrollados por el tren) y continuamos por carretera hasta Gafsa. En el hotel, bastante nuevo y relativamente lujoso, un músico amenizaba la cena, mientras que una colección de mujeres aborígenes, bien entradas en carne y forradas de ropa de abrigo, participaban de la cena espectáculo con sus típicos sonidos guturales y algunas palmas. Ante un ambiente tan liberal y festivo, Ainhoa y Álex se unieron al artista, bailando e incluso cantando, mientras el público aplaudía emocionado.
A la mañana siguiente, pasada ya la resaca de la gran fiesta, tomamos carretera nacional con destino a Kairouan. Al llegar al aparcamiento de la mezquita un tipo nos ofreció sus servicios de guía, para enseñarnos todos los monumentos y destinos locales, por el módico precio de 50DT por todo el grupo. Aceptamos y, nada más entrar en la medina, nuestro camino volvió a confluir con el de Alex y su colega motero, a los que saludamos efusivamente antes de continuar corriendo detrás del «guía» para visitar la ciudad. Después de pasar por delante de la mezquita de las 3 puertas y llevarnos a una tienda de alfombras, en la que al menos aprovechamos para ir al servicio, nos acercó a la mezquita y nos dijo que allí acababa el tour, por lo que nosotros optamos por pagarle solo parte de lo acordado. Por nuestra cuenta, y más tranquilos, visitamos el pozo de Bir Barrouta y el mausoleo de Sidi Abid el Gariani, donde un amable guía, nos hizo una visita guiada, amena e interesante.
Como ya era la hora de la comida, buscamos un restaurante y encontramos uno muy moderno y aparente (Saraya al Bey), que resultó ser un gran acierto, por la calidad de los platos, el local y el servicio,, con unos precios más que razonables.
Ya atardeciendo tomamos carretera con destino a Túnez capital, a donde llegamos a las 7 de la tarde. Desde el Hotel Ibis tomamos dos taxis con destino a Sid Bou Said, sin saber que uno de ellos lo pilotaba el taxista probablemente más desquiciado de la ciudad. Entre aspavientos, bailes y delirios, y con la música a tope, nos llevó dando volantazos y cruzándose de un carril a otro, como si lo persiguiera la cordura. Cuando no dejó en Sidi Bou Said nos bajamos, con las piernas temblando y besando el suelo.
La cena de gala la tuvimos en el restaurante Au Bon Vieux Temps, donde disfrutamos de un delicioso pescado y un esmerado servicio. A continuación, como broche final, nos dirigimos al Café des Nates, donde nos sacaron los ojos a cambio de unos tés con piñones y almendras. Afortunadamente la vuelta en taxi fue más tranquila, porque habría sido un desperdicio vomitar esos tes tan cotizados.
A la mañana siguiente tuvimos tiempo de visitar los restos de Cartago y un último paseo por Sid Bou Said, con sus extraordinarias vistas. El ferry salía a las 2, así que a las 11:30 ya nos dirigimos a buscar el lugar de embarque, siguiendo las a veces inexistentes y otras veces caóticas indicaciones del personal local. Ya en el barco, nos encontramos con los moteros, por supuesto, y con el grupo de Siroco 4×4, que volvía de Libia, entre los que estaba nuestro viejo amigo Paco Escipión, con el que compartimos durante el trayecto buenos ratos hablando de historias de viejos zorros del desierto.

