Australia en 4×4

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Sin lugar a dudas, Australia es el paraíso para los aficionados al 4×4: la naturaleza salvaje, la inmensas extensiones sin poblar y el origen explorador y aventurero de los propios australianos hacen que de este un país excelente para la práctica de este deporte, donde los vehículos off-road son, en la mayoría de los casos, una necesidad convertida en ocio. Y para demostrar esto, basta con echar un vistazo a las ventas de los fabricantes de 4×4 y ver que la mayor parte de sus ventas se centran en este país, razón por la cual, también se concentran allí los principales y más reputados fabricantes de accesorios extremos para esta actividad.

Y bien, como alguna buena razón había que buscar para hacerse un viaje en avión de casi 24 horas, nos tomamos muy en serio el párrafo anterior, y con la ilusión de atravesar Australia en un todo terreno, aterrizamos en Sydney, punto de origen de nuestra aventura. Para empezar, ya nos sorprendió muy agradablemente esta ciudad, verdadera capital comercial de Australia, con un ambiente muy agradable y acogedor, que une la modernidad con una localización geográfica privilegiada.

Tras la primera toma de contacto con el país y su población, dos días después de nuestra llegada tomamos un vuelo interior que nos llevaría directamente al centro de Australia: Alice Springs. Aprovechando que el viaje “interior” dura 6 horas, paso a hacer una breve reseña geográfica sobre Australia. Este país, que de hecho es un continente, con una extensión 15 veces mayor que España y una densidad de población de 2 hab/km2 , se divide en estados/territorios: Australia Occidental, Territorio del Norte, Australia del Sur, Queensland, Territorio Capital, Nueva Gales del Sur, Victoria y Tasmania. Como es de suponer, su orografía es enormemente variada, y va desde la gran Cordillera Divisoria del Este, hasta las inmensas llanuras rojas y desiertos de arena del centro y Sur.

Nada más aterrizamos en Alice Springs, capital del “outback” australiano (podríamos traducirlo como el “campo abierto y salvaje”), alquilamos un Nissan Xtrail, un vehículo que considerábamos suficientemente capacitado para el objetivo de nuestro viaje. Alice Springs es un lugar perfecto desde el que explorar en “centro rojo” de Australia, visitando los lugares más interesantes y famosos, de los alrededores.

Nuestro primer viaje fue al Parque Nacional de Uluru y Kata Tjuta, situado “solamente” a 450 Km. al SE de Alice Springs. En este Parque es donde encontramos uno de los principales símbolos del país: el Uluru o Ayers Rock, una inmensa mole de granito rojizo en medio de una extensa llanura.

Esta roca, centro sagrado de los aborígenes australianos, puede ser admirada a distancia e incluso escalada, en una arriesgada subida, que aunque está asistida por una cadena de acero, cuesta cada año la vida de algún turista. Desde Ayers Rock, la carretera continúa al Este hacia “Las Olgas”, otra serie de formaciones rocosas espectaculares y similares al Uluru.

Tras dos días en el outback, sin haber visto todavía ningún canguro vivo (en cambio, si muchos atropellados en las carreteras por los inmensos camiones-tren que atraviesan el país), tomamos la primera pista del viaje, con dirección a King’s Canyon, situado al NE de Ayers Rock. Este impresionante cañón, con cortados que quitan la respiración se visita a pie rodeándolo por completo en una ruta de unas tres horas. Tras King’s Canyon. Desde aquí, la pista gira hacia el E, y se transforma en carretera, pasando junto s Simpson’s Gap, un estrecho desfiladero en el que por fin, al atardecer avistamos un Wallabi de roca (una rara variedad de canguro).

Tras pasar la noche en Alice Springs (no sin antes degustar carnes de cocodrilo, canguro y emu en el “Overlanders Steakhouse”), la siguiente parada es en el parque nacional de Finke Gorge, en el que se encuentra el pintoresco valle de palmeras de abanico australianas y el rio Finke, considerado el más antiguo del mundo. El acceso al parque se realiza desde una pista que sale de la colonia aborigen de Hermannsburg, al SO de Alice Springs, y que se complica poco a poco, atravesando desde zonas arenosas hasta pequeñas trialeras que se convierten en auténticas plataformas de roca en las que es necesario conducir con cuidado.

Tanami Track

Tras visitar Finke’s Gorge, en vista de que se nos estaba haciendo tarde, volvimos con rapidez hacia Alice, compramos provisiones y tomamos la “Tanami Track”, la pista más larga e increíble que existe en el mundo, más de 1000 km. de arena roja, que atraviesa Australia desde su mismo centro hacia el Oeste, finalizando en Halls Creek, en el estado de Australia Occidental. Aunque la primera parte del recorrido está asfaltado, poco antes del motel de Tilmouth Well empieza la pista que todavía nos acompañará durante los próximos dos días. En Tilmouth Well, aprovechamos para alojarnos en un ambiente muy tranquilo, a las puertas del desierto de Tanami, y degustar una excelente barbacoa, tomando una cerveza VB (Victoria Bitter), toda una tradición en un país en el que hay barbacoas hasta en los parques de las grandes ciudades.

A la mañana siguiente, temprano, tomamos la pista y nos cruzamos, e incluso adelantamos, a varios “road trains” (camiones que tiran de un mínimo de cuatro trailers), un verdadero espectáculo. A nuestro alrededor, se abría el desierto de Tantami, salpicado por pequeños arbustos y miles de termiteros que emergían de la tierra como pequeñas chimeneas. Aunque íbamos bien de consumo, por la tarde estábamos deseando llegar al punto medio de nuestro recorrido, Rabbit Flat, el único lugar habitado y surtidor de combustible, a más de 400 kilómetros a la redonda. Aquí, además de gasolina y gasoil, es posible comprar bebida fresca y algo de comida, además de acampar en una zona limpia de vegetación y, por tanto, menos expuesta a las serpientes y otras alimañas venenosas (muy abundantes en este país).

Tras Rabbit Flat, un agradable y necesario alto en el camino, todavía quedaba mucho viaje hasta Halls Creek, la pista era recta e interminable, pero lo único de la experiencia y la extrema tranquilidad de nuestro entorno nos animaban a continuar esta aventura en solitario. Por fin, al atardecer, docenas de canguros que peligrosamente se cruzaban en nuestro camino nos daban la bienvenida a Halls Creek. Por fin habíamos llegado, el coche estaba polvoriento, y seguramente tan cansado como nosotros, aunque el viaje había transcurrido sin el mínimo incidente. Una barbacoa, una charla agradable con el dueño del hotel (al que no suelen visitar muchos españoles), y a dormir, todavía quedaba mucha aventura por delante.

A la mañana siguiente, salimos de Halls Creek por carretera hacia el norte, y tras 100 km. tomamos un pista hacia el que nos lleva “directos” a ver las “Bungle Bungle”, otras maravilla de la naturaleza. La pista es un verdadero suplicio, más de 50 km de “tole ondule” (y otros tantos de vuelta), pero merece la pena la excursión, para poder admirar estas curiosas formaciones rocosas descubiertas por unos turistas hace relativamente pocos años. Pero no fue esta la única sorpresa, ya que los termiteros, que nos habían acompañado desde que salimos de Alice Springs, empezaban a tener aquí un tamaño verdaderamente monstruoso (más de tres metros de altura). De vuelta en la carretera, suguimos hacia el N, hasta llegar a Kununurra, donde pasamos la noche, junto a la mayor mina de diamantes del mundo.

Hacia Kakadu National Park

De vuelta al Territorio del Norte, seguimos viaje por carretera hacia Katherine, donde tuvimos tiempo de alquilar los servicios de un helicóptero que nos dio un paseo impresionante que nos permitió admirar las gargantas que el rio Katherine había abierto entre las rocas durante millones de años, y, por fin, contemplar como los canguros son una verdadera plaga en algunas zonas de Australia.

Tras visitar Catherine, el viaje sigue hacia el N, con destino a Darwin, capital del Territorio, y a mitad del camino (poco después de Hayes Creek), decidimos dejar la carretera principal y tomar una secundaria. Nuestra absurda curiosidad, se vio recompensada, con la visión increíble de un termitero de casi 7 metros de altura. Al final del día, llegamos a Darwin, una ciudad de ambiente joven, de aire colonial y con gran tradición de tifones y huracanes, que junto a sus playas infestadas de medusas la hacen muy acogedora.

A la mañana siguiente, tras visitar Darwin y hacer algunas compras, continuamos viaje para entrar de lleno en el mayor parque natural de Australia, el “Kakadu National Park”, una verdadera joya de la flora, fauna e incluso la cultura aborigen de este Continente. Por fin estábamos en territorio de cocodrilos (de hecho, en este parque se rodó “Cocodrilo Dundee”), y lo inauguramos con un viaje en una pequeña que hizo aun más impresionante el espectáculo de los “cocodrilos saltadores”, unos bichos de más de 6 metros saltando con sus fauces abiertas a menos de un metro de la barca para coger al vuelo la carne que les ofrecía el guía.

Tras las fuertes emociones del día anterior, comenzamos una nueva jornada en el Parque de Kakadu, pusimos rumbo a las Cataratas Jim Jim, un lugar bastante inaccesible, y camino del cual, a través de complicadas pistas, nos llevó al “Alligátor Billabong”, una solitaria laguna, que como su propio nombre indica, estaba presuntamente llena de cocodrilos, aunque pese a nuestra curiosidad malsana no fuimos capaces de ver ninguno. Continuamos nuestro camino con dirección a las cataratas Jim Jim, y fue entonces cuando nos dimos cuenta de dos cosas: la primera, que la pista hasta ahora había sido muy buena, comparada que la que teníamos por delante (con vadeos incluidos), y la segunda, que el combustible empezaba a escasear. Un poco agobiados, llegamos al lugar donde debían estar nuestras ansiadas cataratas, pero tras un largo paseo a pie, comprobamos que sólo estaban en activo tras las estación de lluvias. De vuelta, nuestra sorpresa fue que habíamos perdido la matrícula delantera del coche, sin duda debido a las extremas vibraciones de la pista, que habían aflojado los tornillos. Dimos varias vueltas buscándola, pero ante la premura del tiempo y la escasez de gasolina, decidimos olvidarnos de ella.

Tras llegar, por fin, a la carretera y repostar, seguimos ruta hacia el N, con destino a Ubirr, un lugar en el que había restos artísticos de antiguos aborígenes, y un montículo desde el que pudimos observar, justo a tiempo, una extraordinaria puesta de sol sobre las “wet lands” del Arnhem Land, un inmenso territorio bajo control aborigen.

Isla Fraser

Tras esta corta pero intensa visita al Parque de Kakadu, volvimos a Darwin, donde tomamos un avión que nos llevó a Brisbane, una agitada ciudad en la costa E de Australia, y que iniciaba la última parte de nuestra aventura australiana. Ahora, nuestra misión era visitar y transitar por la mayor isla de arena del mundo (todo bate records en Australia), la Isla Fraser.

El cómo llegar y como acceder a esta isla, comenzó siendo un poco misterioso, ya que apenas conseguíamos información “fiable” al respecto. Finalmente nos arriesgamos, y nos dirigimos a Rainbow Beach, donde pudimos, tras recibir una serie de advertencias muy serias y dejar un depósito de unos 2.000 €, alquilar un todo terreno para viajar a la isla. El principal problema de esta aventura, es que no hay un acceso fácil a la ínsula, y la única posibilidad es un ferry cuya última vuelta es a las 17:00 y que sale de la misma playa; la Playa de las Setenta y Cinco Millas, que a su vez es, cuando la marea está baja, la única vía de comunicación de la isla con el exterior.

El riesgo era triple: en primer lugar, quedar atrapado en la arena de la playa y que la marea subiera peligrosamente (en la agencia de alquiler de 4×4, nos enseñaron varias fotos de coches “encallados”), en segundo lugar, era posible que se nos pasara la hora y que quisiéramos salir de la isla cuando ya era demasiado tarde y la marea había subido, y en tercer lugar, podíamos perder el ferry, que no esperaba mucho ya que el tráfico era más bien escaso. Aun así, decidimos arriesgarnos y visitar la isla. Ante nosotros se abría una inmensa playa de arena blanca (y aguas infestadas de tiburones), que recorrimos a gran velocidad y que en algunos puntos se reducía considerablemente su ancho, por la olas que la invadían (en la agencia nos amenazaron con graves penalizaciones si observaban restos de sal en el vehículo). Tras encontrar la primera vía de acceso al interior de las isla, nos internamos en una pista de profunda arena blanca, rodeada de un increíble bosque tropical, con inmensos árboles de los que colgaban lianas y que ascendían decenas de metros en busca de luz. Tras dar una vuelta por la isla, y recorrer increíbles lagos de aguas cristalinas y arenas absolutamente blancas, que desgraciadamente no pudimos disfrutar por el agobio de la hora y la marea, llegamos al único lugar poblado por “blancos”, el complejo “Eurong”, donde había restaurantes, y un hotel. Tras comer, decidimos que era hora de volver, pero esta vez, en lugar desandar nuestros pasos y atravesar la isla por el interior, decidimos, desoyendo las advertencias del “rent a car”, atravesar directamente toda la playa, desde Eurong hasta el extremo Sur de la isla, aun a riesgo de encontrar algún punto que no pudiéramos cruzar y sin tiempo para volver atrás.

La cosa no empezó bien, y nada más salir a la playa, quedamos empanzados en la arena, y aunque mucha gente pasaba cerca de nosotros e incluso un “ranger” pasó con su vehículo a nuestro lado, nadie se detenía para ayudarnos. Finalmente, sin ningún recurso de los habituales (ni eslingas, ni palas, ni planchas, ni nada), decidimos parar “por la fuerza” a un vehículo 4×4 que venía por la playa, y aunque apenas entendíamos su profundo acento “aussie”, les hicimos comprender que tenían que tirar de nosotros y sacarnos de allí a toda costa. Por fin, tras un par de tirones con una cincha en el papel de eslinga, conseguimos salir, y nos dirigimos a toda velocidad por la playa, que se extendía, por el momento, ancha ante nosotros. Por el camino, incluso vimos un dingo, especie de perro salvaje característico de esta isla, y llegamos con algún pequeño estrechamiento peligroso de la playa a punto para coger el último ferry del día.

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